«Como la trucha…».
(Regreso al poema.
Me siento torpe tras el descanso del verbo—
pero el reloj trona, evidenciando la pérdida).
Conozco episodios más cruentos que una guerra y promesas truncadas de inanición.
No hay alimento que nutra la lengua del olvido.
La edad desconoce el nombre, no cómo consumir su recuerdo.
Desearía haberte conocido antes que a mí misma.
Admiro a las mujeres de mi árbol— sois de raíz perenne.
Los dedos nudosos reptan por mi muñeca,
búsqueda insaciable de pulso y consuelo.
Ojalá poder darte ambos.
Pero acontece el sueño de quien ya no despierta—
último bostezo, tildes púrpura en la piel de sal.
—Y el séptimo día, descansó.